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  • Adriana Coines

La bruja del siglo XXI



Seguro que de niños os preguntaron más de una vez lo que queríais ser de mayores. En mi escuela, los otros niños querían ser veterinarios, médicos, futbolistas, modelos, alguno quería ser mecánico o albañil. Mi gemela quería ser cellista, como papá, ella lo tenía claro. Pues yo, de niña, quería ser escritora y bruja.


Pero no una bruja como las pitonisas que salen en los canales locales de televisión a horas intempestivas adivinando el futuro. No, yo quería ser una bruja como las de los cuentos, esas que viven en una cabaña en el bosque con un gato negro y una lechuza, que recojen plantas medicinales y preparan pócimas mágicas y saben comunicarse con los elementos y los devas. 


La arquetípica imagen de la bruja Piruja... con una salvedad: Yo sería una bruja buena. 

En los relatos infantiles, la bruja siempre es el personaje malvado que asusta a los niños y se cuela en sus peores pesadillas. A mí me daban mucho miedo los fantasmas, los monstruos sanguinarios y los cazadores que mataban a las mamás de los animalitos del bosque, pero las brujas... 


Las brujas me provocaban una secreta fascinación que ciertamente me confundía. A las brujas había que temerlas y odiarlas, pero a mí no me cuadraba. Me irritaba que todas las brujas conocidas fueran tan malvadas y asquerosamente feas, ¿Cómo era posible?


Recuerdo un viaje a Galicia con mi familia, debía tener unos 11 o 12 años. Allí descubrí que las brujas eran mucho más que personajes fantásticos de los cuentos. Habían existido en la vida real, habían sido perseguidas y quemadas en la hoguera. Esto terminó de horrorizarme. Pensé que no era posible que todas las brujas del mundo hubieran desaparecido, tenían que seguir en alguna parte, camufladas, escondidas, y yo quería encontrarlas.


Uno de mis juegos favoritos de la infancia era recoger plantitas en el jardín, empaquetarlas, ponerles nombre, mezclarlas y combinarlas utilizando diferentes técnicas muy elaboradas para fabricar pócimas de mágicos efectos que servían para curar plantas y animales, para convocar a los elementos, para atraer la buena fortuna, para sanar la tristeza... había muchas, ya no recuerdo bien, pero todas tenían una finalidad noble.


No recuerdo en qué momento exactamente empecé a hacerme mayor y toda esa magia pasó a convertirse en un recuerdo nostálgico de las horas de juego de la infancia. La vida adulta era seria y difícil, no había tiempo ya para jugar a las cocinitas. Sin embargo, algo dentro de mí me seguía impulsando a explorar ese lado misterioso de la vida. Siempre buscando respuestas a todo aquello que no podía entender, empecé a leer libros de espiritualidad, esoterismo, medicina natural, y todo tipo de temas que apenas ahora me doy cuenta de cómo estaban relacionados con mi fascinación por las brujas. 


Con los años me he vuelto más pragmática, ha cesado mi obsesión por llegar a comprender tantos misterios. Creo que nuestra existencia es más simple. Creo en el poder de estar anclado en el presente, de guardar silencio y prestar atención a toda la información sutil que se nos escapa cuando nos dejamos llevar por la vorágine de la vida cotidiana en la gran ciudad. Pero sigo creyendo en la magia.


A mi modo de ver, magia es el nombre que damos a todo aquello que no podemos comprender a nivel mental, que es un porcentaje enorme de toda la realidad que percibimos, y no es nada sobrenatural. Al contrario, las cosas más mágicas son también las más naturales: El nacimiento de un bebé, los alimentos que crecen de la tierra, las estrellitas en el cielo o los panales de abejas... por poner un ejemplo. 


Magia es estar escribiendo sobre brujas y gatos negros, y ver aparecer delante de mis narices a un gato negro que no sé de dónde ha salido y que me mira pasmado en este mismo momento, recordándome que la realidad tiene muchas capas que no puedo percibir. 


Hoy concibo a la Bruja como la figura arquetípica de algo que todas las mujeres tenemos dentro. Algunas conectamos especialmente con esta figura, esta actitud, este rol, lo que quiera que sea. Las que tienen el valor suficiente se convierten en sanadoras, en guías, en guardianas del bosque y cosas por el estilo. En los últimos años he conocido una buena cantidad de estas mujeres que me han deslumbrado con su fuerza y su belleza, con su sabiduría y su intuición. 


Estas son las que yo llamo las brujas del siglo XXI, cuya misión es escuchar, observar más allá de lo conocido, aprender y traer consciencia, proteger a la Madre Tierra.

Y ¿qué hay de los hombres? ¿También hay hombres-brujos del siglo XXI? Estoy convencida de ello, pero eso lo dejo para otro capítulo...

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